La Fórmula 1 utiliza técnica espacial, la electrónica más sorprendente y corre en autódromos de 5.500 millones de dólares. La publicidad que genera hizo y sigue haciendo fortunas sorprendentes. Reúne reyes, jeques y millonarios, que difícilmente puedan justificar sus bienes. Es el colmo del glamour y de la sofisticación. Pero nada de todo eso puede superar lo único que la convierte en humana: el llanto y los gritos de alegría de un chico de 22 años de edad que recién cruza la llegada de su primer campeonato mundial y oye por sus auriculares los gritos y la euforia de un grupo de gente que confió en el y le dio la posibilidad de convertirse en el más joven campeón mundial de la historia. Llanto que no pudo evitar oyendo el himno de su país en el podio.
Un campeón mundial con 5 victorias en el año -10 en su corta carrera- y escasas posibilidades en Abu Dhabi, donde no se habló más que de su compañero de equipo Webber y del español Alonso -que perdió su record de campeón más joven- como los candidatos al triunfo. Y el alemancito que parece más chico de lo que es y da la impresión que estuviera jugando con su playstation, no especuló con nadie ni con nada. Él hizo lo que sabe: anduvo a fondo siempre, sin especulaciones ni cálculos que casi siempre fallan. Por andar fuerte y sin concesiones hizo un par de errores en carreras anteriores, pero también perdió una gran posibilidad cuando en Corea explotó el motor faltando sólo 10 vueltas. El sofisticado circo de Ecclestone fue invadido por el deporte simple y sencillo: alguien que hizo lo básico y elemental. Dio una clase magistral como piloto y deportista a los 23 años de edad. A fondo desde la salida, buscando el primer lugar desde la largada y hasta el final, además de la pole el sábado.
Dos modestos que andan cada vez mejor y más fuerte fueron los que marcaron el paso de aquellos que luchaban por el campeonato y cambiaron las estrategias: el polaco Kubica y el ruso Petrov, del equipo Renault que, de paso, mostró una vez más la confiabilidad de sus motores que también equipa a los Red Bull. El ruso se ocupó de un Alonso que no pudo pasarlo nunca y se desquitó cuando terminó la carrera. Lo igualó y le hizo toda clase de gestos ingratos desde su Ferrari. Lo que no mejora la fama del español en ese sentido.
A poco de comenzar y yendo todos juntos, Rosberg le tocó una rueda a Schumacher sobre uno de los interminables pianitos y el fenómeno dio el trompo completo siendo chocado por Liuzzi, que de eso sabe mucho. El alemán, que en otros tiempos le hubiera declarado la 3ª Guerra Mundial, terminó a los abrazos y a las sonrisas.
Si la idea del equipo Ferrari era que Massa ayudara a Alonso -como en Alemania- se equivocaron. No pudo pasar ni a Alguersuari. Anduvo bien Button, a quien le sacaron la corona del año anterior, a mil por hora. Para terminar, a Alonso lo alentaban desde el box (¡!) y Webber -en otra galaxia- hasta rozó con la trasera derecha un guard rail…Amargo obrero.
Un nuevo campeón casi niño, trajo aire fresco a la F1, con Petrov y Kubica y algún otro que sin medios por lo menos lo intenta. Y Abu Dhabi, la Disneylandia de la F1, puso a la categoría de la sofisticación y la pavada, en su justo lugar.
Como dijimos ayer, aquel sabio dijo un día y para siempre: “Carreras son carreras…”