Un viernes negro tuvo Sebastián Vettel en Turquía. Aunque los cálculos previos no sirven para nada, resultó sorprendente que el piloto alemán destrozara su Red Bull en los primeros momentos de las pruebas oficiales para el Gran Premio de este domingo. Para peor faltaron piezas fundamentales para la reparación y todo terminó, como lo marca la historia del automovilismo, con los mecánicos trabajando toda la noche con la música de la radio puesta a full. Pero el trabajo se terminó a tiempo y el niño más veloz del mundo -serio como nunca y estrenando un corte de pelo- consiguió otra pole position conduciendo de una forma impresionante, en un trazado muy bueno, como los de antes, veloz y divertido.
La responsabilidad asumida de tener que salvar un error tan inesperado no fue problema para que hiciera su trabajo de siempre aunque, esta vez, serio y adusto como nunca se lo vio. La TV lo siguió con su cámara on board durante toda la vuelta y quedó como un documento de lo que maneja. El circuito permite llegar a los 318 km/h en la recta larga y dobla, sobre el final, a 92 km/h. Realmente da gusto verlo. No fue inconveniente su falla del viernes ni la casualidad de que allí mismo, el año pasado, atropelló torpemente a su compañero Webber, en carrera. Su carga de responsabilidad debe haber sido grande. El gasto de neumáticos no fue importante porque el tiempo lo sacó rápidamente, paró con 2 minutos de margen y el auto fue al garage.
Los que se van a zambullir a la primera curva, tratando de no dejarlo tomar la punta, son su compañero Webber y un sorprendente Rosberg -Schumy lo felicitó sonriendo-, además de Hamilton, Alonso -luchando con su Ferrari-, Button, -a quien nadie ve pero siempre está por allí-, Petrov y un satisfecho Schumacher.
Si en Turquía sale algo aunque sea parecido a lo que vimos en China seguiremos contentos con la F1, aunque el rey petiso esté deshojando la margarita: “la vendo, no la vendo”…