Es sábado en Melbourne, y termina la prueba de clasificación. Un Red Bull estaciona en un costado de los boxes, donde no hay nadie. Miro la escena con todos los recuerdos de medio siglo de ver -desde el año 47 en Retiro- centenares de carreras de todo tipo en mi país y en otros, pero mi mente se limpia y sólo veo lo que está ocurriendo.
De ese prodigio técnico incomprensible, y con esfuerzo, dos brazos se apoyan en el costado del auto y comienza a salir, el piloto. Emerge de un fondo claustrofóbico y, con calma, se saca el casco y el Hans device del cuello. Mientras estaba sentado en la butaca sólo se podía ver la parte superior de un casco. Al pararse ubica en su lugar el volante-computadora, plagado de botones de toda forma y color, y el suplemento de seguridad en el borde del cockpit, que tuvo que retirar para poder salir de la profundidad de la butaca. Está solo y acomodando sus elementos de trabajo. Lentamente y con absoluta tranquilidad.
Alguien pasa a su lado y lo palmea en un hombro. El piloto, con calma inalterable, le sonríe levemente y le da la mano. Es un chico, un jovencito de buen físico, despeinado y con cara de niño feliz. No demuestra emoción alguna. Como si estuviera sacando sus útiles del banco de la escuela al terminar la clase. Se nota que está contento pero no eufórico. Y uno piensa, entrando en una situación de asombro y emoción. Ese niño de apenas 23 años, termina de andar en esa complicada y costosa máquina que cuesta millones de dólares. Que costó sangre sudor y lágrimas a un grupo de ingenieros y técnicos, que llevan una vida de estudios y trabajos súper especializados, dominando las enormes dificultades que presenta el desafío. Lo hizo con absoluta confianza y capacidad, conduciendo a velocidades que oscilan entre los 90 km/h, hasta los 300. Concentrado en guiar la máquina y apretar las botones correctos en el momento preciso y doblar curvas de todo tipo y hacerlo todo más rápido que sus competidores.
Si a todo esto que es su profesión, le agregamos que el año último se consagró como el campeón más joven de los historia, y que cuando cruzó la llegada cortó la radio para que no lo oyeran llorar con voz de niño, -aunque lo hizo en el podio-, como no emocionarse al verlo hacer su trabajo, dominar todo eso como un hombre maduro sin dejar de ser el niño que realmente es.
Qué de recuerdos, de emociones vividas, de años que no pasaron en vano al comprobar esto que tenemos la felicidad de ver, y que demuestra que la vida cambia en forma permanente y nos asombra siempre.
Sebastián Vettel nació en Heppenheim, Alemania, el 3 de julio de 1987…
Las Chicas que lo acompañan
Como la mayoría de los pilotos, Vettel también tiene sus cábalas. Una de ellas es frotarse una moneda de la suerte por las zapatillas, antes de empezar un Gran Premio. La otra es la de bautizar los chasis de los distintos autos que tiene que conducir.
El RB5, el primer Red Bull en 2009 lo llamó Kate Dirty´s Sister (la hermana cochina de Kate). Los RB6, que lo llevaron a la gloria el año último, fueron Luscious Liz (seductora Liz) y Randy Mandy (Mandy, la caliente). En el certamen que acaba de comenzar con éxito con el RB7, el apodo es Kinky Kylie (Kylie, la pervertida), un apodo que corresponde a la admiración que siente por la cantante australiana Kylie Minogue de la que, especialmente, destaca sus curvas.
Cosas de chicos…