La vida transcurre y se termina. Para todos. Inexorablemente. Lo único que ayuda en el período denominado “de vejez” son los buenos recuerdos. Generalmente los vividos en el período de la juventud. El más divertido, porque no hay demasiadas preocupaciones. O se dejan de lado. Entremos en ellos por un momento porque un amigo nos dejó. Se fue.
Para entender algo, aunque sea un poco al Gordo Galluzzi, tenemos que volver a 1960. A Galluzzi, James & Cía. -Cia. era Cupeiro-, agencia de autos y motos en la esquina de Gascón y Díaz Vélez, que tenía un galpón al lado. La plata, por entonces, la ponía Peppino Vianini, el padre de Andrea. El Gordo Miguel, para darle seriedad a la cosa, usaba guardapolvo gris, como posteriormente lo haría El Loco Formisano.
Por entonces comenzó la categoría Turismo, que después fue cambiando de denominación pero, en general, dio la oportunidad para que aparecieran personajes de todo tipo y color.
Con el tiempo se fueron juntando futuros personajes: Alberini, García Veiga, Rodríguez Canedo, Paco Mayorga, Jantus, Bohnen, Bonano, Boschi, Migliore, Reutemann (el más tímido), Arana, Cacuri, Lamela, Fiala, los hermanos Guimarey, además de los inolvidables José Maria Ibáñez, “Mingo” Domínguez, Di Biase y sus mecánicos, el Chino Rojo, el querido Quique Duplán- Una lista imposible de completar porque fueron muchos más.
El Gordo, no se sabe bien por qué, empezó a meter mano en los motores, especialmente Fiat, y hasta lo tomaron para mejorar los 1100. Luego se especializó (es un decir) en los 1500, que empezaron a competir por el entusiasmo y la bondad sin límites de José María Ibáñez. Así Galluzzi y Cupeiro, que de tanto andar juntos terminaron siendo parientes, llegaron a conocer al autódromo como nadie. Se sabían hasta el lugar de todos los pocitos. Era difícil ganarles allí. El Gordo, entre las mentiras que inventaba con pasmosa habilidad y sus ocurrencias, se transformó en el personaje de una barra de vagos importante. Rivalizaba con “Mingo” Domínguez y corrían entre ellos en la autopista a Ezeiza. Decía que Mina Capillitas la cruzaba con todo el instrumental tapado con cinta adhesiva, porque no le servía para nada. Empezó a trabajar en serio un montón de veces en 50 años. Unificaba la realidad con la mentira con un talento único, que se fue deteriorando con el paso del tiempo. Pero seguía manteniendo su gracia y desparpajo, como para perdonarle sus inventos. Se divirtió y nos entretuvo durante 40 años. Aunque muchas veces se le fue la mano.
A favor tiene algunas cosas para tener en cuenta, además de su gracia incomparable. Su hijo Miguel Angel, que heredó el talento innegable que tenía para la mecánica, es un profesional que se formó en Estados Unidos e Italia, y trasciende internacionalmente.
A nosotros nos queda una sonrisa permanente, y para el que no lo conoció bien, puede compararlo con aquel Alberto Sordi del corte de manga a los que estaban trabajando en “I Vitteloni”. Fue su vida. No pasó inadvertido. Y ya lo estamos extrañando.